Revista de Historia, Patrimonio, Arqueología y Antropología Americana
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Año 2021, No. 4, Enero (87-99)
ISSN: 2697-3553
https://doi.org/10.5281/zenodo.4515113
Durango se encuentra en una posición favorable, porque colinda con estados como Chihuahua, Coahuila, Sinaloa,
Nayarit y Zacatecas, teniendo acceso a una serie de recursos naturales. Asimismo, el estado duranguense es
hogar de muchos otros recursos geológicos, hidrológicos y edafológicos, por ejemplo la variedad de ecosistemas
en la parte oeste y este, en donde está por un lado la Sierra Madre Occidental, mientras que por el otro, la zona
árida del Bolsón de Mapimí, sin destacar los otros numerosos valles y lomeríos hallados.
Los principios de la arqueología en Durango
La arqueología en Durango ha sido producto de un constante saqueo regulado por anticuarios o no profesionales
que se han interesado en conocer más sobre el pasado prehispánico de la región, sin embargo, su
descontextualización y falta de conocimientos sobre el registro y análisis de materiales han propiciado una
práctica que, de cierta manera, afecta al gremio y a lo que llaman patrimonio.
Hasta el año de 1934 es cuando se hace por primera vez un trabajo profesional, es decir, el de Pablo Martínez
del Río, quien fotografió unas manifestaciones gráfico-rupestres del noreste del estado, siendo pionero en este
campo de investigación (Herrera, 2015). Durante esa misma década, arribaron otras dos figuras importantes;
Donald Brand y Alden J. Mason. Estos norteamericanos estaban en busca del horizonte Folsom en Durango, sin
embargo, se encontraron con otros vestigios culturales.
Donald Brand (1939) hizo sus estudios en el noroeste del estado, estudiando al área del Zape, mientras que Alden
J. Mason (1937) se centró en territorio de la capital, concretamente en el ahora conocido Valle de Guadiana.
Mason tiene un lugar importante para la arqueología duranguense, porque fue el primero en acuñar el término
de “Cultura Chalchihuites” a las manifestaciones estudiadas por él. En pocas palabras, esta cultura para él fue
aquella encontrada desde el norte de Durango hasta el valle de Malpaso en Zacatecas. Para ambos eruditos, esos
territorios fueron producto de una supuesta expansión tolteca-tarasca, que vino desde las tierras bajas del
pacífico cruzando la Sierra Madre Occidental (Brand, 1939; Cabrero, 1986). Sin embargo, gracias a investigaciones
posteriores, su hipótesis ha sido discutida y se han propuesto nuevas teorías.
Años después de los primeros trabajos anteriormente mencionados, Daniel Rubín de la Borbolla atiende una
denuncia por el profesor Everardo Gámiz, quién le mostró a este académico unas momias de infantes, que
pertenecían a entierros funerarios indígenas en una cueva llama del Pitahayo, localizada en el municipio del
Mezquital (Palacios, 2015; Rubín de la Borbolla, 1946). No obstante, estos trabajos no tuvieron gran impacto
para la sociedad debido a que fueron denuncias o investigaciones de poca duración. Años después es cuando se
prolongan los proyectos propuestos por los arqueólogos.
Los proyectos de larga duración
Para los años de 1950, llega a Durango quizá el investigador con más renombre para la arqueología del norte de
México; Charles Kelley. Este arqueólogo, quien estaba en busca de las Culturas del Desierto, plantea un solo
proyecto llamado North-Central Frontier of Mesoamérica que tuvo como actividades principales las excavaciones
del sitio más importante hasta ahora y más estudiado por la academia: la Ferrería. A través de sus diversas
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