Revista de Historia, Patrimonio, Arqueología y Antropología Americana
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Año 2021, No. 4, Enero (100-113)
ISSN: 2697-3553
https://doi.org/10.5281/zenodo.4516902
A los demás niños de la gente vulgar les ponían las insignias de lo que por el signo en que nacían conocían. Si su
signo le inclinaba a pintor, poníanle un pincel en la mano; si a carpintero, dábanle una azuela, y así de lo demás,
etcétera (Durán, T1 2006, p. 57).
La protección para evadir la enfermedad y la muerte de los infantes no estaba exenta de rituales. Explicó Durán
que, en el tercer mes del año, Tozoztontli (“la punzadurilla pequeña”) -del 10 al 29 de abril-, “se sacrificaban
todos los muchachos de doce años para abajo, hasta los niños de teta, punzándose las orejas, las lenguas, las
pantorrillas”, los cuales debían hacer ayudo de tortilla y agua, escondiéndoles la comida a los más pequeños
(Durán, T1 2006, pp. 247-248).
Ese mismo día los “agoreros” preguntaban en cada casa por los muchachos que habían ayunado y hecho
sacrificio, a quienes les ataban “unos hilos colorados, o verdes, o azules, a los cuellos, o negros, o amarillos”. En
el hilo se insertaba “algún huesezuelo de culebra, o algunas piedrezuelas ensartadas, o alguna figura de ídolo”.
En cambio, a las niñas se les ataba los hilos en las muñecas, “poniéndoles zarcillos en las orejas, no por ornato,
sino por superstición o agüero”. Los padres de los niños ofrecían a los “agoreros” “limosnas”, ya que se creía que
con los hilos atados “huirían las enfermedades de ellos y no les empecería ningún mal” (idem).
Esos mismos “agoreros”, reiteró Durán, recomendaban ciertos cortes de cabellos para no enfermar, coronas,
cercos, cruces, pegujones (“pelos que se pegan unos con otros”), acomodo del cabello hacía atrás, hacía adelante
o hacía los lados (idem). Por su parte Mendieta expuso que cuando a los niños se les cortaba el cabello se les
acomodaba detrás del cuello aquel cabello que normalmente caí en las sienes, “que llaman ellos ypioch, diciendo
que si se la quitaban enfermarían y peligrarían” (Mendieta, 1993, p. 110). Durán agregó que, para sanar a los
niños, los ya citados agoreros, también “le ponían gargantillas de huesos de culebras y zarcillos y piedras,
dándoles a beber polvos y raeduras de idolillos, dándoles a entender que con aquello sanarían de las
enfermedades y fiebres” (Durán, T1 2006, pp. 248-249).
En el noveno mes de año era celebrada la fiesta de Miccailhuitontli (“fiestecita de los muertos”) -del 28 de agosto
al 16 de septiembre -, en la cual no solo hacían ofrendas a los muertos niños, sino además los ancianos realizaban
recomendaciones a las madres para evitar que en ese año sus niños murieran. Entre los consejos estaban
efectuarles distintos tipos de cortes de cabello, llevar a cabo sacrificios a los dioses, hacer “unciones, baños,
embijamientos, betunes, emplumamientos, tiznes, gargantillas, huesezuelos, lo cual hoy en día dura” (ibidem, p.
270).
Si los niños caían enfermos, señaló Sahagún, sus padres hacían votos a los dioses para “servirlos con algunos
sacrificios y ofrendas”. Confirmó Durán que las madres acudían al templo de Tezcatlipoca (dios que enviaba la
“esterilidad del tiempo”, el hambre y la enfermedad) para ofrecérselos. Entonces, los sacerdotes les ponían la
ropa y emblemas de Tezcatlipoca, les untaban “el betún” (pasta o resina) del dios y emplumaban sus cabezas
con plumas de codorniz (ibidem, pp. 47-48). Mientras que, cuando salía a la ciudad la representación viva de
Tezcatlipoca, tocando una flauta, las mujeres ponían a sus niños delante del dios (ibidem, p. 59).
Sahagún expresó que si los pequeños solían ser enfermizos “los ataban al cuello unas cuerdas de algodón flojo,
y colgábanle una pellita de copal en la cuerda que tenía al cuello” (Sahagún, 2006, p. 163). Atado que también
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